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Breve análisis sobre el MOVIMIENTO ESTUDIANTIL por Heberto Castillo

MundoDeHoy.mx .- [EXCLUSIVO] Breve análisis sobre el movimiento estudiantil

Con autorización directa de la Arq. Laura Itzel Castillo Juárez, hija del ingeniero y político veracruzano Heberto Castillo Martínez (Ixhuatlán de Madero, Ver. 23 de agosto de 1928 — Ciudad de México, 5 de abril de 1997), nos permitimos reproducir de forma íntegra el siguiente documento, Breve análisis sobre el movimiento estudiantil, que el profesor universitario y luchador social, redactó mientras se encontraba huyendo y en la clandestinidad (1969) víctima de la persecución de la que fueron objetivo los principales líderes de este movimiento estudiantil.  

El ingeniero de profesión, constructor, político y escritor, quien fuera candidato presidencial por el Partido Mexicano Socialista (PMS) en las elecciones federales de 1988. Fue miembro y fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) así como del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y uno de los líderes más visibles y participativos del movimiento estudiantil de 1968.

Prolífero escritor de lo técnico a lo político, entre sus libros se encuentran: Análisis y Diseño Estructural, Libertad Bajo Protesta, Desde la Trinchera, PEMEX Sí PEUSA No, Si te agarran te van a matar. A medio siglo de los trágicos sucesos del 2 de octubre de 1968 es de suma importancia poder reproducir este texto que da cuenta de las impresiones y expectativas que se desarrollaban en el entorno violento y siempre amenazante que rondaba, no solo a maestros y estudiantes, sino a todos los mexicanos que se atrevían a manifestarse contra del gobierno represor.


1969

POR HEBERTO CASTILLO

Cuando el país marcha hacia una agitación política inevitable con motivo de la ya inminente lucha por la sucesión presidencial, se hace necesario hacer algunas reflexiones sobre el movimiento estudiantil mexicano, sus causas, sus objetivos, sus logros y sus perspectivas. Quienes como maestros de la Universidad y del Politécnico participamos en él, tenemos la obligación de intentar el análisis de los acontecimientos que modificaron el “status” político que prevaleció en México por décadas, y que seguramente tendrán honda repercusión en la próxima contienda política nacional.

Atención, el imperialismo acecha: A río revuelto ganancia de pescadores. Los intereses de las grandes empresas monopolistas norteamericanas actúan para llevar agua a su molino con mayor celeridad en estos tiempos de golpes militares como el de Perú que lleva al poder a latinoamericanos conscientes de que la causa fundamental del atraso de las naciones pobres se debe a la explotación que el imperialismo hace de su riqueza, y que, para evitarla, es necesario consumar la independencia económica de nuestras naciones.

El imperialismo está dispuesto a usar todas las armas con el fin de mantener su hegemonía: una de ellas es desvirtuar todos los movimientos auténticamente populares tachándoles de comunistas y otra, el promover enfrentamientos entre las fuerzas progresistas.

He aquí algunas de las razones por las cuales la CIA participó activamente en las provocaciones que sufrieron los estudiantes durante el pasado conflicto: para desprestigiar nuestra lucha y para enfrentarnos unos con otros, fue que la CIA colocó agentes dentro del movimiento, a la vez que aceleraba la acción de sus elementos situados entre los funcionarios gubernamentales.

Es natural entonces que a unos meses que se decida quien habrá de ser el candidato del PRI para la presidencia de la República, haya fuerzas negativas interesadas en lanzar a los estudiantes a buscar la repetición mecánica de los sucesos de 1968, pues saben que, de hacerlo, se desataría la represión brutal,  se llenarían aún más las cárceles de estudiantes y maestros, se acusaría al movimiento de comunista, se agudizaría la “cacería de brujas”, se enfrentaría al ejército con el pueblo, se haría “evidente” la necesidad de una mano fuerte para que gobernara México en los próximos años y vendría una intervención más descarada de los Estados Unidos en la vida política de México.

Tómese en cuenta que los políticos resentidos por haber sido desplazados del régimen actual, tienen mucho interés en que haya malestar y en que éste sea aplastado violentamente, para poder situarse en el equipo del futuro gracias –entre otras cosas- a sus buenas relaciones con Nixon. Si la campaña de provocación tuviera buen éxito, los malos mexicanos empeñados en ella obtendrían óptima cosecha pues sus intereses se verían necesariamente beneficiados, ya que la consecuencia natural de un movimiento estudiantil frustrado sería el triunfo, dentro del gobierno, de la extrema derecha que nos llevaría a una dictadura militar o civil, pero al fin de cuentas a una dictadura.

Se aprecia en el panorama político actual una clara tendencia para crear una ambiente de confusión propicia para desprestigiar a valores mexicanos, para desintegrar y mediatizar a las corrientes progresistas, para auspiciar actividades estudiantiles que lleven a la agitación pura y simple utilizando consignas justas pero de fácil manejo emocional para obtener resultados contrarios a los estudiantes. Resultan por ello de gran utilidad las declaraciones hechas a Excélsior el 13 de marzo por el rector de la UNAM, Ingeniero Javier Barros Sierra, quien da la voz de alerta y plantea la necesidad de que los estudiantes no se dejen llevar sólo por las emociones sino que actúen políticamente con la responsabilidad e inteligencia que ya han demostrado. Dice Barros: “…la educación política es parte indispensable de la formación integral de nuestros estudiantes y creo que los acontecimientos y experiencias de la última época demuestran hasta qué punto es necesario desarrollar una conciencia política bien orientada”. Agrega, al referirse a la actuación estudiantil fuera de la Universidad: “La protesta debe ser orientada por vías estrictamente legales”. Y cuando se le habla de la violencia universitaria, afirma el rector: “Por lo que toca a la violencia… la CU registra bajísimos índices de robos y accidentes, y no se diga delitos como riñas, de algún crimen mayor no se tienen noticias en toda la historia de la ciudad Universitaria. Y agrega: “estas… cosas… deben considerarse para hacer un juicio equilibrado sobre la violencia en la UNAM”. Y la CU es una ciudad con una población flotante de 60,000 habitantes.

No se puede sino estar de acuerdo con lo expresado por Javier Barros Sierra. Los Universitarios no debemos hacer el juego a las fuerzas que se oponen a la cabal independencia de México, ni a los que, so pretexto de crear las “condiciones objetivas para la revolución” quieren empujar al país a una dictadura militar como las que padecen algunas naciones latinoamericanas. Los estudiantes, los maestros, los intelectuales y los artistas mexicanos tenemos la obligación de buscar la satisfacción a nuestras demandas planteadas en 1968, pero tenemos también, históricamente el compromiso de hacerlo racionalmente, buscando los métodos que despejen el camino para que nuestro pueblo ejerza con plena libertad sus derechos democráticos, y no actuando emocionalmente, pues corremos el riesgo de cerrar las posibilidades de lograrlo, y por muchos años.

En estos artículos se busca plantear caminos adecuados.

El régimen pretende ignorar la acción del imperialismo y trata de defenderse de la crítica producto de la conciencia popular que despertaron los estudiantes con todos los actos públicos que denunciaron y exhibieron lo negativo del “sistema” –me referiré con esta palabra a la estructura económico-político-social-cultural, construida a partir del movimiento revolucionario de 1910- Con insistencia se trata de confundir a la opinión pública, caracterizando al movimiento como un fenómeno producto de la confluencia de una conjura internacional y la irresponsabilidad de los estudiantes y los maestros: conjura en la que asoman la cabeza “siniestramente”, los diversos grupos comunistas: marxistas ortodoxos, guevaristas, castristas, maoístas, trotskistas, etc. Todos los detenidos a raíz de los disturbios son acusados de producirlos, y se les denuncia ante la opinión pública como militantes de las organizaciones de extrema izquierda, esto es, de las organizaciones que pregonan la implantación del socialismo sin el consentimiento expreso del sistema, como el que disfruta el PPS. Como sólo han sido detenidos estudiantes, maestros, intelectuales y ciudadanos que participaron en el movimiento estudiantil y que tenían vinculaciones con la izquierda, resulta obligado que… ¡sólo elementos de la izquierda estén acusados de haber dirigido al movimiento! Por ello vale preguntarse: ¿están presos por participar en el movimiento o por ser de izquierda?

Altos funcionarios afirmaron que se trataba de una conjura para derribar al gobierno. Sin embargo, a siete meses de iniciado el conflicto no se ha presentado al pueblo una sola prueba de la existencia de tal conjura. Las armas –ridículas si se acepta que eran para derrocar al gobierno- que se dice fueron depositadas en Tlatelolco unos días antes del 2 de octubre, tienen hasta la fecha origen desconocido, los hombre que dispararon contra el ejército para iniciar el zafarrancho no han sido identificados. ¿Quiénes son? ¿Dónde están los que se enfrentaron a la tropa en Tlatelolco el 2 de octubre? Se hará luz en el misterio cuando se responda con verdad a estas interrogantes.

El régimen deberá demostrar la culpabilidad de aquellos que acusa, y deberá hacerlo con limpieza y no mediante juicios amañados hechos por jueces que carecen de la más elemental independencia: tendrá que informar al pueblo con amplitud de la supuesta conjura, mostrando las pruebas de su existencia. Si no se pensará que no existió y que sólo fue pretexto para justificar la represión.

¿Quiénes promovieron la protesta estudiantil? ¿Quiénes los disturbios? Unas fueron las causas de la protesta y otras, muy distintas, las que produjeron la violencia que ensangrentó al país. El movimiento estudiantil y la violencia fueron antagónicos. El primero se opuso siempre a la segunda. La lucha contra la violencia fue una de las banderas estudiantiles: ¡Libros sí, bayonetas no!

La protesta estudiantil tiene raíces profundas en nuestra realidad, la produce el “sistema”. Pero no escapa porque no es posible, de la influencia que, sobre los estudiantes de todo el mundo ejerció el movimiento francés. Los medios modernos de difusión, la radio, la TV, los satélites de comunicación, han introducido cambios fundamentales en la geografía de las ideas: ahora está más cerca del Distrito Federal, por ejemplo, lo que ocurre en París, Berkeley, Praga, El Cairo, Moscú o Pekín, que lo que pueda suceder en alguna de las poblaciones de la República. Gracias a estos medios, los estudiantes mexicanos participan de las inquietudes de los estudiantes de todos los países del mundo: capitalistas y socialistas; desarrollados y subdesarrollados: los mexicanos leyeron, escucharon y vieron las protesta de los estudiantes franceses en contra de un sistema que produce, entre otras cosas, universidades obsoletas: universidades que preparan hombres al servicio de una sociedad de consumo, de un sistema opresivo y explotador; que les prepara para oprimir y explotar, y para ser explotados y oprimidos también.                         

Los estudiantes mexicanos desarrollaron instrumentos para romper el silencio que tienden al pueblo los medios de difusión. Así encontraron caminos para la protesta: rutas para disentir, para exhibir lacras, para despertar a los adultos conformistas. Ahora bien, es natural que los estudiantes muestren sólo los métodos, los caminos a seguir para transformar al “sistema” por uno mejor, por un sistema que garantice iguales oportunidades para todos: negros, cobrizos, amarillos y blancos. No se puede exigir que no sólo denuncien al “sistema” por injusto, que no sólo critiquen y propongan, teóricamente. Los movimientos estudiantiles han propuesto estructuras nuevas: pero sabido es que para construirlas se requiere, del trabajo organizado del pueblo trabajador.

Los estudiantes lo que pueden hacer es un llamado para eliminar, para renovar, para transformar, para crear. Y es lo que han hecho precisamente en México. Los estudiantes dijeron: Sólo el pueblo trabajador puede transformar al sistema en beneficio de los trabajadores: la protesta estudiantil no es más que el inicio de un proceso renovador revolucionario. 

Es cierto que los estudiantes mexicanos aprendieron algunas cosas de los estudiantes de Europa y de Norteamérica. Pero los motivos fundamentales de la protesta mexicana estuvieron en México, nacieron en México: son mexicanos.

Aquí, el “sistema” presenta más aspectos repulsivos para los estudiantes que los que el sistema francés tiene para los estudiantes franceses. Con nosotros vive el subdesarrollo y con él crece, oprimiéndonos, la dependencia económica, política y cultural de los intereses monopolistas norteamericanos.

El origen de los acontecimientos que sacudieron a México se remonta al incidente ocurrido entre dos escuelas y aprovechado por la policía para agredir a los estudiantes el 23 de julio de 1968. Más tarde se conectaron los sucesos puramente escolares con los políticos cuando la manifestación conmemorativa del inicio de la revolución cubana fue atacada por los granaderos: se desarrolló entonces la agresión que creció hasta culminar con la masacre del 2 de octubre. Pero los acontecimientos de julio fueron sólo la chispa que incendio la paja que era –es- la conciencia estudiantil mexicana. Veamos:

El movimiento estudiantil se desarrolla alrededor de seis puntos que surgen casi de inmediato –en los primeros días de agosto- al calor de los acontecimientos, como síntesis obligada de las demandas de los estudiantes agredidos. Los seis puntos fueron: Libertad a los presos políticos; derogación del artículo 145 del Código Penal Federal; Destitución del Jefe y Subjefe de la Policía Preventiva así como del Jefe de Granaderos; desaparición del cuerpo de granaderos; indemnización a las víctimas de las agresiones de la fuerza pública; deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios públicos que intervinieron en el conflicto.

Este pliego petitorio, que se hizo famoso, no fue programa del movimiento como algunos equivocadamente creen, sino bandera. Fácilmente se puede ver en él que los estudiantes clamaban justicia y rechazaban la represión. Fue un movimiento antirrepresivo en su origen, de ello no hay duda. Pero… ¿por qué llegaron a plasmarse tan rápidamente los seis puntos en el pliego petitorio? ¿Por qué obtuvieron el apoyo masivo de la población del Distrito Federal? Es necesario contestar a estas preguntas si se quiere entender la protesta estudiantil mexicana.

La respuesta a las dos preguntas es una sola en el fondo: La mayor parte de la población mexicana vive una situación de injusticia y de opresión que se agrava día con día desde hace muchos años; a partir del gobierno de Ávila Camacho, la Revolución Mexicana –así, con mayúsculas- pierde terreno cotidianamente en la realización de sus planteamientos revolucionarios, y ganan posiciones las consignas conservadoras producto de la participación en la lucha armada iniciada en 1910 de la burguesía, revolucionaria en ese entonces. Se van quedando sólo en palabras los postulados en favor de los trabajadores del campo y de la ciudad defendidos por Zapata y por Villa. En efecto, la situación de los campesinos es cada vez más precaria, tanto más cuanto la burguesía mejora sus condiciones de privilegio, como lo muestra el que en 1960, el 40% de la población nacional con ingresos más bajos disponía del 14% de ingreso nacional bruto, alcanzando en cambio en 1965, sólo el 10%; por el otro extremo, el 10% de la población con ingresos más altos disfruta del 40% del ingreso nacional bruto. La penetración de los intereses monopolistas norteamericanos ha crecido hasta llegar a proporciones alarmantes –el Banco de México informó el 27 de febrero que el ritmo de crecimiento anual de las inversiones extranjeras directas es de 1,250 millones de pesos-. Recuérdese que Alemán renueva la concesión otorgada por el porfiriato a la Compañía Mexicana de Luz cuando aquélla está a punto de expirar; años más tarde, López Mateos compra a precios de escándalo los intereses de dicha compañía y la nacionaliza. Y no es malo que el gobierno compre las empresas en manos de extranjeros para que la nación asegure el control de las industrias básicas; lo grave es que las compre cuando deberían ser ya mexicanas, sin pago alguno, al término de la concesión.

Una de las causas de la opresión y de la injusticia que privan en el país se debe a la mala aplicación de la Carta Magna que ha hecho inexistente, la separación de los tres poderes; teórica, la existencia del sufragio efectivo y nula, la independencia de los municipios; y una buena parte de culpa en esto lo tiene la corrupción que impera en la administración pública, que ha crecido conforme pasa el tiempo, que ha tomado carácter de catástrofe nacional, que ha mellado, que ha corroído y que ha desvirtuado los principios revolucionarios que estableció el Congreso Constituyente de Querétaro al recoger las banderas de Emiliano Zapata.

Es un hecho que no pudo formarse, a raíz de la Revolución Mexicana, una burguesía independiente del capital monopolista norteamericano. El surgimiento de una nación capitalista independiente en el siglo XX ya no es posible. Llegamos tarde como nación al capitalismo de ese tipo.

Uno de los métodos que el imperialismo ha empleado más para asegurar nuestra dependencia económica a sus intereses ha sido la corrupción, la compra de funcionarios públicos. Algunas de las conquistas populares de la Revolución Mexicana, tales como el respeto a las garantías individuales, el artículo tercero constitucional que establece una educación libre de fanatismos y de supersticiones, el artículo 27 constitucional que preserva para la nación la riqueza de la superficie y del subsuelo, la reforma agraria integral que proporciona tierra, agua y crédito oportuno al campesino, la nacionalización de los ferrocarriles, la expropiación del petróleo, la generación de fuerza electromotriz, la implantación del seguro social, todas ellas han sufrido duros golpes a causa de la corrupción de los funcionarios públicos. Por eso no resulta extraño escuchar –de labios de quienes defienden los intereses de la iniciativa privada y se oponen a la intervención del Estado en la industria- que el petróleo, los ferrocarriles, la energía eléctrica y los servicios médicos del seguro social, no rinden lo que debieran porque los maneja el Estado, que es un pésimo administrador, se olvida que ese pésimo administrador ha proporcionado al país durante cuarenta años la mayoría de los eficientes técnicos y administradores de las empresas de la iniciativa privada, las que aumentan sus utilidades al máximo gracias a las concesiones, exenciones, subsidios y demás facilidades que el gobierno del país les otorga.

El robo, el cohecho, el disimulo y los enjuagues de los funcionarios públicos han permitido que un gran sector de la llamada burguesía mexicana surja de las filas de los funcionarios gubernamentales después que se ha enriquecido a su paso por los puestos de responsabilidad pública. Eso todo mundo lo sabe. Sin embargo, al menos, las utilidades que antes obtenían las empresas que han sido nacionalizadas y que salían de México, ahora se quedan en el país; los mexicanos que las dirigen, al no tener como único objetivo la búsqueda de mayores utilidades para los propietarios de las empresas, son más respetuosos de los derechos de los obreros que trabajan a sus órdenes. Así, los trabajadores de las empresas nacionalizadas o de participación estatal tienen mejores condiciones laborales, por lo general, que los obreros al servicio de las empresas privadas. Las empresas básicas en poder del Estado, por otra parte, han ejercido una benéfica influencia sobre la población del país ya que han propiciado –lo que no hicieron los extranjeros que las poseían- la construcción de obras de infraestructura y servicios tales como carreteras, puertos aeropuertos, generación y conducción de energía eléctrica, hospitales, escuelas, etc.

A pesar del adelanto que representa la nacionalización de las industrias básicas, por desgracia, México mantiene abiertas de par en par sus puertas a las inversiones extranjeras directas sin que se promulguen, leyes que permitan controlarlas en beneficio de la nación: al contrario, se les proporcionan toda clase de facilidades como las que disfrutan las compañías mineras norteamericanas al tener tarifas preferenciales en los ferrocarriles nacionales para llevarse nuestra riqueza de México y al recibir energía eléctrica barata de la Comisión Federal de Electricidad y de la Compañía de Luz y Fuerza. Debe quedar claro: una política de construcción de obras de infraestructura y de nacionalización de las industrias y de los servicios básicos, para ser patriota, requiere a la par de una política de control de las inversiones extranjeras y de una permanente vigilancia del pueblo. De otra suerte, lo que se hace es proporcionar condiciones óptimas al imperialismo para que obtenga máximas utilidades a nuestra costa.

El gobierno ha tolerado que la pretendida mexicanización de las industrias sea un timo, como lo es el que ciertas empresas establecidas en México sean mexicanas en un 51% cuando así lo exige la Constitución; en efecto, como las acciones a las sociedades anónimas son al portador, los poseedores reales de ellas pueden ser extranjeros con sólo cubrir el expediente de tirar una escritura en donde se haga constar que las acciones pertenecen a mexicanos, a prestanombres. Por ello cuando se ofrecen condiciones fiscales de privilegio a las empresas ciento por ciento mexicanas, basta con emplear a unos cuantos de esos vendepatrias para que una empresa determinada (como la ASARCO) se vuelva, orgullosamente, “ciento por ciento mexicana”.

  ¿Por qué es posible semejante cosa? En buena medida por la corrupción de los funcionarios públicos que lo autorizan y que en no pocas ocasiones fungen ellos mismos como prestanombres.

En México se dice que el triunfo fácil sólo lo alcanzan los deshonestos y se entiende por triunfo ascender en la escala de los puestos públicos o adquirir fortuna. Ya también en los medios científico, técnico y artístico son contados los ciudadanos que triunfan y se destacan siendo honrados; y es que parece que se ha llegado en México al extremo que, para ser honrado, simplemente honrado, se necesita ser héroe; y a veces, sufrir martirio.

¿Quién se mostraría extrañado de saber que las infracciones de tránsito las aceptan y las cubren sólo unos cuantos desadaptados que no practican la mordida? ¿A quién le parecería normal en México una persona que declarara con la verdad sus ingresos para el pago del impuesto? ¿Quién sería el mexicano que no comprendiera que para “triunfar” rápidamente en este sistema hay que simular todas las virtudes posibles y estar dispuesto a no practicar ninguna de ellas? ¿Quién no sabe que en un accidente de tránsito lo que importa no es precisar quien violó los reglamentos sino quiénes son los personajes involucrados para determinar, mediante la jerarquía de las “influencias” al culpable? ¿Quién no sabe que eso mismo ocurre en todos los asuntos de carácter judicial? ¿Qué madre no comprende ya que las prédicas a sus hijos sobre el respeto a la honradez y a la dignidad son consejos que pueden poner en serio peligro la libertad de sus vástagos?

Por todo eso que flotaba en el ambiente fue que los estudiantes se aglutinaron tan espontáneamente superando viejos antagonismos al ser agredidos en julio de 1968. Y, ante la encrucijada de luchar con decisión por establecer como nomas que deben seguir los hombres en la sociedad para resolver los problemas propios de la convivencia al respeto al derecho ajeno y la honradez o aceptar al mundo corruptor y opresor que pretende imponer el sistema, los estudiantes con decisión y valor que les honran, levantaron la bandera limpia de la Constitución. 

Y en razón que los estudiantes, y con ellos el pueblo, requieren de símbolos actuales de honradez, de rectitud, de bonhomía, de lealtad a las convicciones políticas propias, fue que acogieron con entusiasmo la figura del Che Guevara. Mal anda quien supone que las pancartas con la imagen del Che en las manifestaciones estudiantiles significaran la aprobación de las tesis políticas defendidas por Guevara. No, la inmensa mayoría de los estudiantes no las conoce: lo que se admira y se trata de imitar es la honestidad del legendario guerrillero de América; su decisión ejemplar de sumarse a los latinoamericanos pobres en su lucha contra sus opresores nacionales y norteamericanos, debiendo dejar para ello: poder, títulos y honores. 

Quienes se preguntan – con evidente mala fe y haciendo gala de patrioterismo- por qué los estudiantes no tomaron como ejemplo la figura del genial guerrillero mexicano Francisco Villa, pretenden no darse cuenta que los estudiantes, y con ellos buena parte de la población del Distrito Federal, admiraron más que al guerrillero al hombre,  y en el caso de Guevara, al hombre universitario que deja sus títulos académicos para luchar al lado de los pobres primero en Sierra Maestra y después en las montañas bolivianas, para, diciéndolo con las palabras del Che, graduarse de hombres. Por ello fue que los estudiantes si utilizaron con profusión las imágenes de Emiliano Zapata, de Benito Juárez, de José María Morelos y de Miguel Hidalgo, por su calidad de hombres, de hombres graduados.

El uso de la figura del Che y de otros dirigentes del mundo socialista como Ho Chi Minh, quien da la batalla al lado del heroico pueblo vietnamita contra el poderoso ejército norteamericano – como Juárez al lado de nuestro pueblo lo hiciera contra el ejército francés- fue aprovechado -¡pero cómo no!- por los elementos más reaccionarios del mundo oficial y por los periodistas venales para calificar al movimiento como inspirado en el “comunismo internacional”. Pero esto, los estudiantes y el pueblo que los apoya definitivamente ya no se lo tragan… ¿y usted?

El clamor contra la prensa llamándola vendida surgió cuando la población del Distrito Federal se dio cuenta que los medios de información hacían todo lo posible por desinformar pretendiendo defender al sistema. La población de la ciudad de México, se convenció de que los medios de información sirven a quienes los sostienen económicamente los grandes monopolios –casi todos norteamericanos- el gobierno. Y la mayoría los sirve de una manera muy peculiar: tratando de ocultar la verdad. Los estudiantes comprendieron lo difícil que es para una revista o para un periódico ser veraz, disgustando a quien paga planas de publicidad. Estos medios de difusión sufren por la ceguera de muchas empresas –todavía mexicanas- que prefieren anunciarse en Life, Time o Selecciones del Reader’s Digest que en una revista mexicana. Por ello mismo los estudiantes supieron respetar y estimar a quienes –con el movimiento estudiantil- desde los órganos de información existentes en México, dieron batalla para lograr una prensa, una radio y una TV que informaran con objetividad y con patriotismo.

Quedó evidenciada también la inoperancia de los partidos políticos registrados como instrumentos para la discusión, el análisis y la solución de los problemas del país cuando ninguno de ellos respondió al llamado de los estudiantes para establecer un diálogo que abordara esos problemas.

Algunos resentidos con el régimen porque les eliminó de sus filas o porque no les incorpora a ellas, quisieron meter, y metieron, la mano en el movimiento. Era fácil y cómodo atizar el fuego desde fuera; coincidieron en el ataque a los funcionarios que no en los principios defendidos por los estudiantes; estuvieron con ellos en lo circunstancial que no en lo trascendente: por ello no pudieron influir ideológicamente en ninguna de las etapas del conflicto; pero si ayudaron a la provocación y, claro a la represión.

Este ambiente de opresión y de corrupción que predomina en el sistema, hizo que la conciencia estudiantil fuera paja seca que ardió con los incidentes represivos de julio de 1968. Los estudiantes –a veces por razones concernientes a su edad, ya que no han tenido tiempo para corromperse- son honrados, y lo que es más importante, quieren seguirlo siendo. Por ello están dispuestos a modificar, a transformar al sistema que los empuja a ser deshonestos y por eso mismo, a “desconfiar de todos aquellos mayores de treinta años”, pues consideran que muy contados hombres, en este sistema, pueden llegar a los treinta siendo honrados.

En las aulas, algunos maestros hablan y hablan de honradez profesional, de la proyección social del profesionista, del apego a las leyes, de los logros de la Revolución y de la necesidad de llevarla adelante, mientras viven adaptados al sistema y, o están corrompidos dedicándose a ocultarlos mediante su talento –cuando lo tienen- o luchan aislados para cambiar al sistema y por ello les resultan inaccesibles los puestos de importancia, desde donde es posible influir en el desarrollo del país.

Los maestros que se incorporan al sistema y lo aceptan, obtienen condiciones ventajosas de dirección y son quienes afirman que una es la teoría y otra la práctica, y que en política uno es lo deseable y otro bien distinto lo posible: que se debe ser honrado teóricamente, hasta revolucionario: pero que no se debe exagerar, enfrentarse al sistema es mortal. Hay que introducirse a él para modificarlo. Es el camino.

Heberto Castillo

La honradez viene a ser entonces compañera inseparable de la frustración, de la imposibilidad de los hombres más capacitados teóricamente para hacer, para realizar, y que paradójicamente no pueden llevar a la práctica sus ideas, sus métodos, sus teorías. Lo que se oculta es que semejante imposibilidad no tiene otra causa que la honradez de quienes no están dispuestos a disimular la realidad que vive el país, sino que desean usar su capacidad para interpretarla verazmente, para transformarla en beneficio del pueblo y no para ocultarla en perjuicio del mismo. Por ello los mejores maestros sufren privaciones económicas y, a veces, hasta el halago cruel de quienes les dicen que el precio de la sabiduría y del respeto que inspiran a los demás, es la pobreza y el aislamiento.

Y a pesar lo anterior, esos maestros exigen respeto de sus alumnos sólo por su calidad de profesores, pero los jóvenes no creen ya en los nombramientos oficiales; cuando aceptan a alguien como maestro es que éste se ha ganado con ellos el título en buena lid: ha conquistado su reconocimiento, su respeto, su confianza.

Los estudiantes no toleran ya la corrupción imperante en el sistema que ha llegado a los maestros. Esta fue una de las causas fundamentales por las que surgió el movimiento estudiantil.

¿Sabía acaso la población del Distrito Federal de Vallejo y de los demás presos políticos? No, ni siquiera la mayoría de los estudiantes. Pero como algunos compañeros les hicieron saber que se trata de ciudadanos a los que el régimen ha llevado a la cárcel por su participación en luchas sociales y políticas, la inferencia, la conclusión, resulta inevitable: son mexicanos injustamente encarcelados. En México va a la cárcel el dirigente honrado, el ladrón pobre, el asesino humilde. No despierta simpatía un ladrón aunque sea pobre; menos un asesino por humilde que sea. Pero un hombre preso por oponerse a un sistema corrompido e injusto merece el apoyo popular. Por ello los estudiantes y un sector importante del pueblo, salieron a las calles a pedir la libertad de los presos políticos, y la derogación del artículo 145 del Código Penal. Fue natural que exigieran también la destitución de los malos funcionarios policiacos. Y defendieron sus demandas en forma tan entusiasta tumultuosa que llenaron en tres ocasiones la Plaza de la Constitución, después de manifestaciones populares espontáneas tan importantes que para recordar otra parecida hay que remontarse a 1938 cuando Cárdenas expropió el petróleo y el pueblo se echó a las calles para apoyarlo.

Muchos estudiantes no conocían la Constitución de la República, ni el texto del artículo 145 del Código Penal; cuando a petición de algunos de nosotros lo hicieron, se indignaron porque entonces supieron de los derechos que no se les permitía ejercer y de lo anticonstitucional del artículo 145, y más se indignaron al ver que las garantías individuales no eran respetadas por las autoridades.

El movimiento estudiantil levantó como bandera la Constitucional de la República exigiendo su respeto, enriqueciendo su programa –que no el pliego petitorio- con demandas en beneficio de la población obrera y campesina. El movimiento no obtuvo el apoyo masivo de los obreros en virtud del férreo control que sobre ellos ejerce la clase en el poder gracias a los organismos que antaño fueron instrumentos de lucha de los trabajadores, pero que ahora son instrumentos de control de la clase dominante: los sindicatos y las centrales obreras. Las demandas en favor de los campesinos también se hicieron oír y trabajadores del campo se mostraron respectivos al llamado de los estudiantes cuando hicieron contactos parciales. Sin embargo, la dispersión de los grupos campesinos y el control que sobre ellos ejerce el gobierno, tampoco permitió su apoyo masivo al movimiento. Los jóvenes comprendieron que el trabajo político de las clases obrera y campesina no puede ser esporádico, debe ser sistemático, para lo cual es necesaria una entrega política total de quienes quieren confundirse con el pueblo para luchar a su lado y no a nombre de él.

A pesar de la limpieza de su proceder se culpa al movimiento estudiantil de la violencia y del terror. Se acusa a los estudiantes del Consejo Nacional de Huelga y a los maestros de la Coalición de los delitos cometidos durante los actos de terrorismo. Nada más falso.

¿Cuáles consignas estudiantiles planteaban métodos de lucha violentos? ¿Cuál de los documentos del Consejo Nacional de Huelga o de la Coalición de Maestros o de los intelectuales, planteaba otra cosa que la solución al pliego petitorio y el respeto a las garantías individuales que la Constitución consagra? ¿Podrían mostrar las autoridades un solo documento original del Consejo Nacional de Huelga o de la Coalición de Maestros invitando a actividades fuera del orden constitucional? Seguro que no, pues jamás existió tal documento.

Las manifestaciones del 5, 13 y 27 de agosto y la silenciosa del 13 de septiembre, fueron muestra fehaciente del gran sentido de responsabilidad con que los estudiantes, maestros y padres de familia organizaron su magna protesta. Jamás hubo violencia que naciera del estudiantado. Los actos de terrorismo partieron de provocadores cuyo origen precisábamos en la embajada americana, y se multiplicaron en la medida que crecía la protesta estudiantil y que se enriquecía el programa del movimiento con demandas populares. Todo México supo de las agresiones a brigadas estudiantiles y a maestros, de los ataques armados a escuelas del Politécnico y de la Universidad, de la destrucción parcial de los 150 automóviles en el estacionamiento del Museo de Antropología e Historia, etc., sin que las autoridades hayan intervenido para hacer justicia e inclusive como en el caso de los automóviles dañados, aquellas se negaran expresamente a intervenir, ¿Por qué?

¿Quiénes propiciaron la violencia?

Sólo actuando de mala fe se puede culpar de la violencia y de sus consecuencias a la juventud estudiosa, a sus maestros, a los padres de familia y a los intelectuales que les apoyaron. Tal vez nunca antes había presenciado México un movimiento político tan respetuoso de las normas constitucionales como lo fue el movimiento estudiantil. Sólo cuándo se allanaron domicilios, se hicieron aprehensiones anticonstitucionales, se torturó a estudiantes y se atacó brutalmente a los manifestantes fue que los jóvenes se defendieron empleando consignas violentas, sus puños, o las piedras que encontraron a su alcance. Pero, ¿quién es el que puede soportar toda clase de vejaciones sin responder siquiera con malas palabras?

Fueron las diferentes policías y los agentes provocadores de la CIA y el ejército los que produjeron los hechos de sangre.

Debe quedar claro que en el movimiento no se consideró nunca al gobierno como un bloque monolítico. Hubo capacidad suficiente para comprender las contradicciones internas que existían previamente al movimiento estudiantil y las que se desarrollaron durante el mismo. Los estudiantes conocieron de funcionarios patriotas pero también supieron de altos empleados del gobierno que contra el más elemental patriotismo atentaron contra el pueblo coludiéndose con los intereses del imperialismo norteamericano, buscando a cambio el apoyo del norte para la sucesión presidencial que se avecina.

Tal vez esos elementos se hayan decepcionado porque en la toma de Ciudad Universitaria no corrió sangre pues los estudiantes, como siempre, no hicieron uso de la violencia para defender su casa de estudios.

Fijemos nuestra atención en la forma que actuaron los provocadores en Tlatelolco: ¿Por qué un tirador eliminó primero a Hernández Toledo, comandante de la operación militar? ¿No se manifiesta una clara intención de dejar sin dirección a la tropa que acudía a Tlatelolco? ¿No se observa una carencia total de escrúpulos cuando se sacrifica a un elemento importante del ejército para conseguir sus objetivos? ¿No resulta lógico pensar en la existencia de un plan para coger a dos fuegos –el ejército por un lado y los provocadores por el otro- a los concurrentes al, hasta entonces, pacífico mitin? Considérese que un blanco a más de 150 metros, como el que hicieron, no logra un tirador improvisado: ¿Quiénes sacaron ventajas con la masacre de Tlatelolco? Por ese lado debe buscarse a los culpables. Es claro que los dirigentes del CNH sólo siendo tontos del capirote –que no lo eran- planearían una acción como esa en la cual tenían todo, absolutamente todo que perder y nada, absolutamente nada que ganar. Por el otro lado, obsérvese que semejante plan, al llevarse al cabo, permitía a las fuerzas negativas del país vinculadas con la CIA, desprestigiar tanto a los estudiantes y sus maestros como a todas las autoridades del país, incluyendo a los funcionarios patriotas.

Por ello es válido suponer que quienes habían pensado hacer correr sangre en la toma de CU –contando con un reacción violenta de los estudiantes- hayan decidido no correr nuevos “riesgos” en Tlatelolco, situar estratégicamente gente y armas, y garantizar, entonces sí, la masacre.

Con tan feroz represión quedaron cerrados los caminos legales para que los estudiantes siguieran actuando públicamente. El gobierno decidió imponerse por la fuerza y no convencer con la razón. Así fue. Pero…

La feroz represión del 2 de octubre hizo ver a los estudiantes que terminaban las posibilidades de que el movimiento siguiera actuando como hasta entonces, respetando unilateralmente la Constitución General de la República. La masacre de Tlatelolco puso a los estudiantes ante la encrucijada de encontrar otros medios de lucha dentro de sus escuelas o de responder a la violencia con la violencia. Los jóvenes sabían –tanto como las autoridades- que no tenían posibilidades de éxito al enfrentarse al ejército, pues era el ejército contra quien lucharían de pretender volver a la calle para manifestar, como se comprobó cuando el 13 de diciembre quisieron realizar una caminata. Fue entonces que optaron, sabiamente –tras largos y exaltados debates-, por regresar a las aulas, procurando salvar de la represión, que ya no tenía límites, al mayor número posible de compañeros. Sabían que muchos dirigentes no podrían volver a la vida normal, pero no les dejaron otro camino. El gobierno decidió imponerse por la fuerza que no convencer por la razón. Y así fue. Por lo pronto.

Los estudiantes mexicanos han comprendido, en un largo proceso que culmina con el movimiento estudiantil de 1968, que se están preparando para ser trabajadores intelectuales, que tendrán que vender su fuerza de trabajo en forma parecida a como lo hacen los trabajadores manuales. Y saben, por su contacto con la realidad como estudiantes trabajadores, que cada día podrán decidir menos el fin, el objeto de su propio trabajo y pasarán por ello a ser simples instrumentos en el proceso de una producción que no planean. Por eso buscaron la alianza con los trabajadores del campo y la ciudad; y por ello seguirán buscándola.

También comprendieron que no sólo venderán su fuerza de trabajo técnica, científica o artística. Algunos periodistas atacaron públicamente a los maestros, intelectuales y artistas que laborando en las oficinas del gobierno, apoyaron a los estudiantes; los acusaron de traición, de morder la mano de quien les daba de comer, de ingratitud. No tenían –según los periodistas de marras- derecho para protestar por las flagrantes violaciones a la Constitución y, para ello, sumarse al movimiento estudiantil; para hacerlo con limpieza, tendrían que renunciar a su cátedra, a su laboratorio, a su gabinete de estudio, a su mesa de trabajo o a su campo de experimentación. Los intelectuales y los artistas deberían comprender –según estos periodistas- que quienes trabajan en las diferentes dependencias del gobierno, y en la Universidad misma no sólo venden su trabajo intelectual o artístico. No, venden su conciencia. Y los estudiantes y el pueblo de México con ellos, vieron que los maestros, los intelectuales y los artistas que se negaron a ello fueron reprimidos, brutalmente reprimidos.

Cuando se decía que los estudiantes no planteaban problemas universitarios, ni siquiera concernientes a la educación técnica superior; cuando se argumentaba que no se planteaba la reforma universitaria como programa de lucha, se olvidaba que los estudiantes estaban planteando la necesidad de cambios fundamentales que van más allá de los cambios en los programas de estudio o en los reglamentos internos que rigen las relaciones entre estudiantes, maestros, investigadores y autoridades escolares. Se olvidaba que los jóvenes estaban cuestionando la sociedad de subdesarrollo misma, el sistema establecido: el sistema que necesariamente impide el acceso a los centros de educación superior a los hijos de los obreros y de campesinos que nunca –pero nunca- bajo las condiciones actuales podrían acudir a ellos, a no ser por excepción. Los estudiantes contaron mentalmente los cientos de miles de jóvenes campesinos y obreros extraordinariamente dotados que no pueden prepararse para servir a México, a cambio de todos aquellos que acuden a la Universidad, al Politécnico o a otros centros de educación superior sólo porque sus padres tienen dinero para enviarles a estudiar. Sí por cierto, los estudiantes desean una reforma universitaria y una universidad crítica; pero saben que para lograrlas se requiere cambiar muchas cosas del sistema. Por ello luchan y seguirán luchado.

Es necesario, es urgente, comprender que las causas de la agitación en las ciudades y en el campo no son otras que el hambre y la miseria de la población más humilde, el abandono en que se tiene al sector campesino, la injusticia, la arbitrariedad, la corrupción que ha llegado a todos los rincones de México, la penetración de los intereses monopolistas norteamericanos que nos hacen dependientes de sus conveniencias, y el abandono de nuestra Carta Magna como instrumento que rija las relaciones entre el pueblo y el gobierno.

El movimiento estudiantil no ha fracasado. Sus triunfos deben medirse en función de la conciencia política despertada en nuestro pueblo. Claro está que deberán encontrarse nuevas formas de lucha para conseguir que la Constitución de 1917 sea la que nos rija; y esto, no porque se considere que es perfecta, sino porque para mejorarla debemos primero respetarla: porque la Carta Magna es revolucionaria y debe ser instrumento de revolucionarios si se atiende a los intereses del pueblo antes que a los de grupo o facción. La Constitución es perfectible siempre y cuando se acate dinámicamente.

Ahora bien, si los estudiantes pretendieran repetir mecánicamente los métodos y tácticas empleados en 1968, buscando sólo los triunfos pero esquivando los tropiezos, fracasarían inevitablemente. 

El reto que tenemos delante los estudiantes, los intelectuales y los artistas de México es grande, como grande es el objetivo que se persigue: la redención definitiva del pueblo mexicano. Es urgente entonces encontrar los métodos y caminos adecuados para -incorporados con el pueblo- conseguir el respeto a las libertades democráticas de los ciudadanos; porque así, con el pueblo trabajador dueño de su destino, podamos emprender el proceso para abolir por siempre en México la injusticia y la opresión: acabar para siempre con la explotación del hombre por el hombre: terminar para siempre con el hombre mercancía; forjar el nuevo hombre: al hombre nuevo. Y honrar así a los caídos en la lucha.

En la búsqueda de esos caminos, es que encontramos en las asambleas, en las mesas redondas y demás actos políticos del movimiento estudiantil, algunos puntos de coincidencias entre diversos sectores. Todos estuvimos de acuerdo en la necesidad de luchar porque se respeten las garantías individuales, que no se allanen domicilios, que la policía no secuestre ciudadanos, que no se aplique tortura a los detenidos, que no se les mantenga incomunicados, que se respete la libertad de pensar, de escribir, que no se viole la correspondencia, que se pueda circular libremente por la República, que no se use al ejército para labores policiacas; que se respete el artículo tercero, y el 27, y el 123, etc., etc. En suma que se respete la Constitución. Hubo plena coincidencia también en que los mexicanos debemos disfrutar la riqueza  del país y no los extranjeros, y que para ello debe ponerse un dique a la penetración de los capitales norteamericanos y nacionalizar las industrias básicas, la banca y los servicios; que debemos comerciar con todos los países del mundo y no sólo con lo que conviene al imperialismo; que no hay razones valederas para no mantener relaciones diplomáticas con China Popular y con otros países del mundo socialista; que debemos solidarizarnos con los pueblos que lucha con su independencia en todos los rincones del mundo, pues su lucha es también la nuestra; que es necesario que exista independencia real entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y que los puestos de elección popular lo sean efectivamente; que haya justicia efectiva y expedita para todos, que se acabe con la corrupción que inunda los sectores de la administración pública; que los campesinos dispongan de la tierra, el agua y el crédito oportuno para que México pueda desarrollarse industrialmente pues todos coincidimos

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